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sábado, mayo 18, 2024

Instantáneas desenfocadas

Reportajes

César Rito Salinas

Con los años me gusta menos lo que escribo, mis soluciones me parecen lentas, algunas veces empantanadas. Por terquedad, porque ya estoy grande como para adquirir un nuevo vicio, le busco, insisto, estudio los trabajos publicados de escritores que alcanzaron alguna trayectoria entre los lectores, que cuentan ya con algún mérito literario.

Soy disperso.
Tardo mucho tiempo para encontrar el tono de un relato, el asunto.

Para remediar esta carencia consumo mucha literatura, establezco una lectura cruzada entre generaciones distintas, tiempos diferentes, nacionalidades, movimientos estéticos.

Y de ese apelmazamiento intento sacar mi criterio, las referencias que asumo como guías en este trabajo.
¿Por dónde empezar?
El trabajo me ocupa el día completo. Entre autores y libros en los que busco, encuentro esta aseveración: el escritor no se hace, nace escritor.
Tengo una opinión distinta, creo en los muertos.
Escribo historias que tienen que ver algo -mucho o poco- con el silencio y su reverso; el escándalo.
Desde lo innombrado se escribe; pero se lee lo publicado por autores de cierta fama para saber el estado de cosas que impera en el negocio. Desde luego, no todas las historias que narran la vida de los escritores son similares, no todos tuvieron como origen una infancia infeliz que transcurrió en ambientes sórdidos, rodeados de gente con mala entraña.
Pese a este conocimiento, puedo decir que No creo en la democratización de la mala suerte. Pero converso con promotores y maestros, alumnos de los talleres literarios de la ciudad.
Con ellos me pude enterarme de ciertos títulos, autores de cabecera para despejar este tema del origen de la escritura.
Alguien mencionó a Stephen King, su On Writing (Mientras escribo).
Los narradores norteamericanos poseen el acierto de la contundencia al momento de narrar, exponen el tema sin tantas vueltas como lo hacen los escritores latinos.
Leo de todo, porque creo que las letras vuelan sobre el lomo de las letras. Se escribe desde lo que ya fue escrito, tuyo o ajeno, nadie escribe desde una idea, un pensamiento o un sentimiento. No existen las musas, la inspiración.
Existe la disciplina, el reto de elaborar un escrito con cierto número de palabras, se hace desde una forma simple: el llegar todos los días a picar la piedra, a mover la montaña con tus manos.
El tono que utiliza Stephen Kung para abordar su relato es el de la conferencia, expositivo. Pero no doctoral, no convierte al lector en un alumno sino en un cómplice. Escribe con honestidad, desde lo humilde, citaré el primer párrafo del libro:
“Me impresionó mucho The Liars’s Club, la autobiografía de Mary Karr. Me impresionó por su violencia, su hermosura y su dominio exquisito del lenguaje coloquial, pero también me impresionó por su totalidad. La autora lo recuerda todo sobre su infancia”.
Me quito el sombrero, aborda su tema con el ejemplo de otra autora. Simple, no se propone inventar, ser auténtico.
Estas tres líneas son toda la literatura. Del pasado, del presente y del futuro, trae la información necesaria para saber qué va esto de escribir, por quiénes está hecho, cuáles son sus temas y su estilo, de dónde vienen las letras con las que se nombran las historias.
Los griegos dijeron esto: la infancia es destino.
Por este tiempo en que la comunidad lectora está revuelta de ideologías, pugnas y protagonismos, filiaciones y desafiliaciones, es bueno recordarlo.
El editor del libro lo supo, el comercio se hace al transmitir de la mejor manera (económica) una historia.
Podría ser un relato de marcianos, extraterrestres o sobre la crisis en la Bolsa de Valores de Nueva York, se vente. La que fuere.
A condición de que esté bien contada.
Que utilice las palabras necesarias, los recursos indicados (brevedad de acciones, gestos y palabras).
Que vaya al grano.
Bien. El señor King no goza de prestigio entre los autores de culto, del canon. No goza del tamaño de la ficciónde la presencia de un Philip Roth, por ejemplo, no.
Pero sus letras gozan de una condición necesaria en el relato de la ficción: dan en el blanco.
Y acá, con ese acierto, la academia retrocede.
El señor King sabe dorar la píldora.
Como ejemplo pongo los títulos de sus trabajos, narraciones llevados al cine con éxito de taquilla. Te mantiene al borde de la butaca.
Maneja como pocos el suspenso.
Con la lectura de sus libros rejuvenece uno y rejuvenecen las letras.
(ojo, rejuvenecer en este caso no implica el ser escritor de la academia).
Nos apartamos de Borges, Kafka, Poe.
Algunos puristas responderán con una mueca de desesperación en el rostro que no se debe recomendar la literatura popular.
Difiero.
Por esos días, en Tik Tok abundan los promotores de la poesía de la Pizarnik, la llamada “buena” literatura.
No me asumo “señoro”, solo doy mi

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