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domingo, abril 28, 2024

Elegía mixteca, historia de una mujer migrante que se repite

Reportajes

La falta de oportunidades laborales y acceso a la educación se ensañan particularmente con las mujeres en comunidades expulsoras de migrantes como Tierra Colorada, en la Mixteca oaxaqueña, donde el ciclo migratorio se repite una y otra vez entre abuelas, madres e hijas que anhelan el reencuentro

Karen Rojas Kauffmann

San Miguel Chicahua, Tierra Colorada.— Esta no es la historia de un viaje. Es la historia de múltiples viajes que conforman un infinito ciclo migratorio donde los movimientos de tránsito, llegada y retorno se juntan. Se mezclan. Se diluyen. Un eterno flujo que reconstruye la vida de Maximina Hernández López, pero que podría ser la historia de cualquier mujer indígena que haya nacido en La Corregidora Tierra Colorada, una comunidad de San Miguel Chicahua, localizada en la región Mixteca de Oaxaca.

Hablar de procesos migratorios es también hablar de límites territoriales, soberanía alimentaria, ciudadanía o derechos humanos. Más que cualquier otro fenómeno, la migración es capaz de revelar la constitución profunda de la desigualdad, la inequidad o la injusticia social que viven los habitantes de un pueblo, asegura Marcela Suárez Escobar, en su texto Migración Femenina Indígena y la Violencia de Género. Algunos Estudios de Caso en Oaxaca, México. Llegamos a la Corregidora Tierra Colorada, un martes a las 7 de la mañana.

Miro el horizonte sin nada que lo interrumpa ni que se cruce en la mirada. No hay gente, ni parques con juegos infantiles. No hay ventanas abiertas, ni alumbrado público, ni drenaje. En la Corregidora Tierra Colorada no hay bibliotecas, ni letreros con los nombres de las calles. A penas unos cuantos espinos tristes, guajales y unos que otros tepehuaje o pastizales escasos y dispersos. Conforme vamos caminando nos amenaza una lluvia intensa que se aproxima. Un viento helado cala los pulmones.

Maximina nació hace 68 años en este pequeño pueblo de calles desiertas. Según datos del Censo de Población y Vivienda 2020, del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), en Tierra Colorada viven 147 habitantes y existen apenas 120 casas, de las que sólo 42% están habitadas. En esta aldea de piedra caliza y arcilla, la mitad de la población ha tenido que abandonar su vivienda debido a la pobreza.

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Tres meses antes de que naciera Sonia, su hija más chica, Maximina comenzó el primer viaje que definiría sus vidas. La única vez que le preguntó a Carlos —el padre de sus dos niñas—, si volvería a casa, él le dijo que sí, que sólo iría a ponerse de acuerdo con un hermano sobre la venta de unos animales. “Lo esperé durante 20 años. Antes de conocerlo, él ya había estado en Ciudad Juárez. Cuando me alivié me enteré que tenía esposa allá; alguna vez me pidió que me fuera con él, pero yo no quise porque me golpeaba”.

Maximina es una mujer bajita de cabello largo y muy lacio, sostenido hacia atrás por unas trenzas blancas. Mientras habla dentro de su casa, que sólo es un bloque de cubos grises sin agua entubada y piso de tierra, imagino un puñado de arena volando sobre la más remota lejanía. “Desde que me junté con ese hombre —dice pensativa —, tardé mucho tiempo para tener hijos. Él me pegaba porque no podía tener familia”.

En Tierra Colorada viven 147 habitantes y existen apenas 120 casas, de las que sólo 42% están habitadas. En esta aldea de piedra caliza y arcilla, la mitad de la población ha tenido que abandonar su vivienda debido a la pobreza.

Según el Índice de Marginación por Entidad Federativa y Municipios 2020, de la Secretaría General del Consejo Nacional de Población (Conapo), La Corregidora Tierra Colorada es una localidad catalogada con un grado medio de marginación; sin embargo, al desgranar los datos estos indican que 52.25% de la población no cuenta con educación básica concluida, y 18.92% que tiene 15 o más años son analfabetas.

“A los siete años me sacaron de la escuela. Antes las niñas no estudiaban y me quedé hasta segundo año de primaria”, dice Maximina resignada. Con la primaria trunca y sin saber leer se quedó sola de 23 años al cuidado de sus hijas. “Me iba a vender leña, cortaba zacate o trigo y limpiaba frijoles. Cuando el dinero no era suficiente, migraba por uno o dos meses a la Ciudad de México. Yo fui migrante. Allá lavaba trastes o planchaba ropa, lo que saliera. Aquí en el pueblo acarreaba piedras con la carretilla o cuidaba borregos. Eso sin contar los siete servicios que tuve que dar en la comunidad, sin recibir un sólo peso mientras veía por la chamacas. Trabajé tres años en el molino, tres más en la clínica y uno en la telesecundaria”, dice con recelo.

Dentro de los Sistemas Normativos Indígenas los cargos o nombramientos de autoridades que se establecen en las asambleas comunitarias son tareas muy serias que los pobladores deben cumplir, si no quieren ser relegados o incluso expulsados definitivamente. Cuando una persona que ha migrado no puede cumplir con la encomienda de su cargo, algún miembro de la familia debe hacerlo por él o ella, para poder volver a ingresar sin problema a la comunidad. Maximina ha ejercido sus cargos y los de sus dos hijas para que ellas puedan, en algún momento, regresar a casa.

Esta necesidad de poder ir y volver a voluntad no es un capricho. Cifras del Inegi refieren que en todo el municipio de San Miguel Chicahua viven 2 mil 169 personas originarias de 33 localidades; de éstas, sólo 35.4% son económicamente activas y 64.1% no cuenta con un trabajo remunerado. De la población ocupada, 70.2% son hombres, mientras que 29.8% son mujeres.

“Yo estuve mucho tiempo sola con las niñas trabajando de lo que podía, porque mis dos hermanos estaban en Juárez y mis papás ya habían muerto. Afortunadamente un tío hermano de mi papá me ayudó a crecer a las chamacas. Me regalaba maíz, me ayudaba con frijoles. Él vino a hacer mi casa. Me ayudó hasta que mi niña migró también al norte y pudo mandarme un dinerito”.

De acuerdo con datos de la Secretaría de Gobernación (Segob) y el Banco de México (Banxico), los ingresos al país por concepto de remesas alcanzaron un nuevo máximo histórico entre enero y diciembre de 2022, para lograr un saldo acumulado de 58 mil 497 millones de dólares (mdd), lo que representó un crecimiento de 6 mil 912 millones; es decir,13.40% más que en 2021.

De esos 58 mil mdd, Oaxaca recibió mil 898 mdd en remesas, posicionando al estado en el lugar número siete entre las entidades con mayor percepción de partidas extranjeras que oxigenaron la economía de 85 mil 728 familias como la de Maximina, el número más alto en los últimos 20 años.

Hacia la esquina rota del mundo

Hace 15 años que Sonia, la hija menor de Maximina, no regresa a su pueblo. Salió cuando terminó la telesecundaria para trabajar seis días a la semana, durante nueve horas diarias en una maquila de Ciudad Juárez, en Chihuahua. Allá se embarazó y parió a sus tres hijos. Luego de vivir cinco años en esa zona fronteriza buscó cruzar hacia Estados Unidos para instalarse definitivamente en Los Ángeles, California. Hablando con las personas de La Corregidora Tierra Colorada, una se da cuenta que la desocupación, la ausencia de contención social y de estudio son los factores desencadenantes para que desde muy jóvenes, las mujeres decidan irse.

Maximina sueña constantemente con sus hijas. Con la mirada entristecida, como quien camina descalza hasta el otro lado del mundo, cuenta que en sus sueños las ve llegar de la escuela, caminar por la cocina y sentarse en la cama. Luego, cuando tiene pesadillas, las escucha a lo lejos pidiendo comida. “Cuando no puedo despertar me angustia verlas hambrientas y con la ropa sucia, mientras mis nietas lloran porque caminan por muchas horas perdidas por calles que no conocen”.

Oaxaca recibió mil 898 mdd en remesas, posicionando al estado en el lugar número siete entre las entidades con mayor percepción de partidas extranjeras que oxigenaron la economía de 85 mil 728 familias, el número más alto en los últimos 20 años.

—Yo le digo que sueña eso porque las extraña mucho—, dice Fausto Pedro López, actual esposo de Maximina. Ella y Fausto se conocieron hace 13 años cuando él regresó a Tierra Colorada, tras cuatro largos años de haber probado suerte en Los Ángeles.

Ahora con 74 años, la voz de Fausto es una casa tranquila para Maximina. Con él ha pasado los últimos años mientras su vida se convertía en un éxodo continuo, una suma de ires y venires doloridos hacia la misma equina rota del mundo.

“Para ella, —dice Fausto mirando hacia las nubes negras que se asoman sobre la puerta de la casa—, la migración de sus hijas ha sido un sufrimiento constante”.

—¿Extraña a sus hijas, doña Maximina?—, le pregunto. Una pausa larga y oscura florece en la antesala del cuarto.

—Las extraño todos los días. Yo quisiera que ellas consiguieran sus papeles y vinieran de entrada por salida, porque ellas ya tienen sus hijos y todos están estudiando. Por eso es difícil que vengan. Me gustaría que se pusieran abusadas y lucharan para sacar sus papeles, y que vengan a visitarnos pronto —, dice Maximina.

Cuando le pregunto si ella iría a buscarlas, hace otra pausa larga, contundente. Maximina contiene la respiración mientras se tapa la cara como si tuviera vergüenza de aceptar que sueña con volver a verlas. No me contesta. Su esposo completa la frase: “Ella sí tiene deseo de conocer dónde viven sus hijas”, me dice.

“Sí iría, pero es muy difícil”, dice Maximina dudando, antes de que caiga sobre nosotras la tormenta. “Ojalá que les den sus papeles pronto ¿pero qué tal si me muero antes y ellas no vienen?”, pregunta mientras el agua en el cielo lentamente se desgaja.

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