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domingo, junio 16, 2024

El demonio que aparece los lunes

Reportajes

César Rito Salinas
A veces la gente cree que gobierna sus horas.
De lo que se trata al escribir un cuento es de eliminar historias, dijo Hemingway, dejar tras la cortina una parte que se quiere narrar y salir al mundo que obliga a oprimir el gatillo de la escopeta que se muestra en las primeras líneas. De lo que se trata es de generar una acción que parezca real, en el mundo verdadero; o imaginaria, que ocurra sólo en la imaginación de los personajes.
Chejov lo sabía, el cuento es para tipos duros, sin alma, que no buscan entretener a los lectores sino luchan por sacar a la luz la parte siniestra del mundo que los persigue y los atormenta. Un cuento corto que no se escribe con sus propias leyes resulta un cementerio donde sobrevuelan los buitres y las almas perdidas y está restringido el acceso a las buenas personas y a las mujeres con recato.
Ningún hombre en su sano juicio quiere contar algo que sea indigno de su talento o que le cauce arrepentimiento en un tiempo por venir.
Los personajes sólo tienen su cuerpo para expresar el mundo que los agobia.
En la capacidad de mover las manos tras las letras está el estrecho margen de la sobrevivencia o la locura.
Desde luego, un cuento es más cercano al poema o al ensayo que a la novela.
Pero, ojo, un cuento no es algo bello para las almas contritas.
La novela te deja tiempo para respirar, arreglarte las bolas en los pantalones sin que el respetable público te vea. La novela es un acto de magia. El cuento te agarra del cogote y te zangolotea delante de todos y sientes llegar la hora de tu muerte por asfixia.
El cuento es un acto de magia también, pero sin mujeres bellas que distraigan a la concurrencia, en medio de hachas verdaderas.
De lo que se trata en el cuento es de seguir la línea narrativa que persigue al autor desde hace bastante tiempo, tanto, que le revuelve la vida y lo deja metido en consecuencias calamitosas. Un hombre puede ser infiel, promiscuo, anhelar vaginas y caderas como los jinetes desean cabalgar distintas bestias o también como los jóvenes desean con toda el alma motocicletas veloces y carreteras pobladas de curvas y peraltes.
Esa es una mala vida, domar caballos o andar en moto.
Pero uno se hace al golpe, o cree hacerse entre derrotas.
Uno siente que crece ante el dolor.
Y así en esta creencia se acerca a las bestias, los manubrios cromados, las escopetas por disparar y a las mujeres con vicio en la cama y a los caminos con curvas.
Uno debe ser la mano de sus demonios y domador de sus instintos.
Sólo así se logra conservar la existencia, dando por su lado al mal.
Con estos tipos, los demonios, no hay tiempo pasado ni presente; no hay tiempo. Montan sobre su capricho a la hora en que mejor les viene en gana, y se salen con la suya. Y su capricho está en el cuerpo del mortal.
Así puede ser la noche del domingo, cuando el cuerpo se prepara para armar proyectos que pretende poner en marcha el lunes por la mañana, muy temprano. Pobre del lunes, nunca llega.
Si, uno, muy mortal y propio de sus responsabilidades plantea y planea sus actos. Y llega el demonio de la narración y te agarra a la hora de cagar, el lunes muy temprano a la mañana, y te dice mientas cagas: ponte a escribir.
Y obedeces a esa voz que te llama y cargas cara de perro enfurecido por el resto de la semana.

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