César Rito Salinas
Una mujer avienta cohetes al cielo, la calle sin pavimentar que se abre a las faldas del cerro, muy cerca de un río que corre lento; recién pasó el sismo grande, las réplicas, el pueblo queda atrás, entre ruinas. La mujer encabeza un grupo que sube en peregrinación el camino, no son más de diez, veinte personas que se dispersan bajo la luz que lame la cuesta.
En la cabeza de la mujer anda una idea, convencer a los padres de una joven para que acepten por esposo para su hija a un pariente, sobrino suyo.
Abajo, donde corre el agua sin prisas, palpita la nube de mosquitos; arriba, en la cúspide sin árboles, ladran los perros como en los tiempos del general Onofre Salinas, en la revolución, cuando retumbaba la tierra bajo los cascos de los caballos.
Ella, la mujer de los cohetes, rezadora, pega una fumada larga al cigarro, el humo que desprende el tabaco lame su frente alta, los labios partidos de resequedad, sus cejas anchas. La mujer junta la lumbre con la mecha, una nube densa escapa, hace que la mujer entrecierre los ojos.
El cohete sale veloz de sus manos, entre coloradas chispas. Ella levanta la cabeza para observar allá arriba el estallido, sonríe. Esa tarde los vecinos del barrio Santa María escucharán las detonaciones y sabrán que la joven fue pedida en matrimonio (Clan del Chocolate Espeso).