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sábado, julio 27, 2024

Si al cielo subir pudiera. La forma del relato policial

Reportajes

César Rito Salinas

Antes de acostarme hice la diaria recorría
por la casa, para controlar que todo estuviera
en orden
MARIO LEVRERO, La máquina de pensar en Gladys

La estantería refleja los frascos de diferentes tamaños, productos, etiquetas que buscan el plateado o lo dorado, las tapas sumidas en caprichosas formas. Los espejos repiten formas, los aromas. La perfumería atrapa los recuerdos de las mujeres que pasan rumbo al mercado; pero, esencialmente, la distribución del local fue hecha para detener a los hombres de sus prisas con el cartelito que cuelga del vidrio de la puerta: Ofertas.
Este es el inicio del relato, desconozco su final.
Como todo inicio nació de una nueva lectura, en una noche repleta con ladrido de perros.. Ahí encontré la potencia del cartelito, los cristales, las formas y su etiqueta.
Traigo una historia, me dije.
Los maestros del cuento recomiendan iniciar el trabajo con una entrada-puerta que abra el espacio a la atmósfera propia, que no se te despega durante los años. Algunos recomiendan iniciar con la imagen que fije el momento, que atrape la atención, que capture al lector por sus sentidos con las primeras palabras; otros, voraces, recomiendan iniciar con una idea o una imagen que nos conducta a los debates morales como la figura despampanante de una rubia de cabellera espesa, curvas de tentación.
Todo inicio abre espacio para un camino posible.
A lo lejos ladran los perros.
Andadas ya las 150 palabras creo que el inicio del cuento que me proporcionó esta noche de 1 de abril, este inicio que me brinda el espacio de dar un poco más de cuerda. Picado ya el pez, en el gran mar de la tradición cuentística americana, avanzo, puedo dar un poco más de cuerda al asunto:
Mediodía. La calle que se encuentra al poniente del parque municipal Juárez, en Juchitán, un hombre de mediana edad, calzado nuevo, se detiene frente al cartel que cuelga de la puerta de vidrio. Entre el quiosco y los andadores que rodean al parque se mecen, lentas, las palmeras. El busto de Juárez mira de frente al reloj del palacio municipal que detuvo el tiempo a las 11:59 de aquel 17 de septiembre del 17 cuando un sismo de 8.2 despertó a zanates y zancudos, las piedras, ladrillos, a la bandera misma que ondeaba en lo alto de la parte frontal del edificio. Se escuchó un disparo. Bang. Zanates, zancudos y piedras, la bandera misma, las palmeras, se pusieron en alerta.
Habían pasado más de 22 mil réplicas de aquel sismo que hizo crujir la tierra. Un instante después de aquella detonación, se acercaron los curiosos para rodear el cadáver de aquel hombre que se le ocurrió morir frente a la perfumería.
Un hilito se sangre que escurría por la sien derecha se abrió paso entre los pies de calzados sedientos, los hizo abrir paso.
Saynes llegó al lugar de los hechos a los 20 minutos minutos luego de que el último zanate emprendiera el vuelo con aquella detonación.

  • Mierda -dijo- ¿a quién se le ocurre estirar la pata frente al parque, al mediodía?
    El viejo investigador sabía que su oficio, saber el origen de la muerte, comenzaba con las preguntas antes que con afirmaciones.
    Miró a los curiosos, no encontró ningún rostro conocido.
  • Mierda.
    De la bolsa de la vieja guayabera blanca sacó su libretita.
    En más de 30 años de servicio como investigador de la agencia del ministerio público del distrito, había resuelto cientos, miles de casos. Pero la primera hoja de aquella libreta diminuta conservaba su condición de virgen inmaculada, con sus hojas en blanco.
    Confiaba más en su memoria que en su letra.
  • Mierda.

Bien, tengo ya el inicio de la historia.
Continúo con los apuntes del cuento. Las letras de la primera página me dieron la unidad de tiempo y lugar que se requiere para levantar la historia. Sus letras me dejaron una atmósfera. Pasado el inicio, ahora me persigue el nombre de una mujer, Norma, que en este cuento policiaco resulta ideal para ponerlo como el nombre de la céntrica cantina, Norma.
Noche. 20:00 hrs. Saynes sentado frente a una mesa repleta con oscuros envases de caguama que mantenían la boca abierta.

  • Mierda.
    En ese momento, el aire fresco que besó su frente -venía del parque Juárez, nacía de las palmeras escuálidas que extrañaban el equilibrio entre la tierra y las estrellas-. Saynes supo que había encontrado el hilo del caso, sacó su libretita de apuntes, al mirar la hoja en blanco tuvo un recuerdo fiel de la escena del crimen, los zapatos nuevos del difunto.

La vida está llena de conexiones secretas: la muerte, puentes, también
Al otro día, muy temprano, Saynes se paró frente a las puertas de la zapatería Canadá.

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