Martín Vásquez Villanueva
La ciudad de Oaxaca está enferma. Enferma de basura, enferma de inseguridad, enferma de caos vial, enferma de ruido a deshoras, enferma de contaminación, enferma de no tener agua. Y enferma, en consecuencia, de enfermedades concretas que llenan de pacientes cada vez más los servicios de urgencias y las consultas de nuestros hospitales.
Por un lado, todavía estamos en la temporada de las infecciones respiratorias agudas. Está el covid, que llegó para quedarse y que ha vuelto a provocar casos graves e incluso la muerte, pero no nada más: también está la influenza, que igualmente puede llegar a ser fatal, y el virus sincicial (o sincitial) respiratorio, capaz de causar una enfermedad grave en las niñas y los niños pequeños. Los virus circulan por nuestras calles y recintos públicos a sus anchas, infectando y contagiando, porque parece que nuestra memoria es corta y ya se nos olvidaron los efectos devastadores y las tragedias personales que trajo consigo la pandemia.
Los cuadros diarreicos agudos también han ido a la alza y esto tiene que ver con la crisis del agua. No voy a hablar de situaciones que se están viviendo y que todos conocemos, de que el agua no llega o llega quién sabe cuándo, de que hay una disputa cotidiana por el servicio de las pipas, de que el precio del agua está por los cielos, etcétera. Pero aún así hay un punto que nadie se ha puesto a evaluar: la calidad del agua que tomamos. Porque cuando por fin llega, muchas veces el agua llega sucia y contaminada y no todas las personas tienen la precaución de hervirla o tratarla químicamente para hacerla potable. El resultado es que las infecciones gastrointestinales están creciendo y que los antibióticos de siempre ya no funcionan igual porque muchos de los gérmenes se han vuelto resistentes. Como en muchos otros casos, aquí la clave es la prevención y para ello no hay otra fórmula que un agua pura y verdaderamente potable.
El otro problema de salud que ha ido creciendo en la ciudad es el de las enfermedades transmitidas por vector, es decir por la picadura de un mosquito: el dengue, que puede llegar a ser grave e incluso causar la muerte cuando se manifiesta como dengue hemorrágico, y el chikungunya (o chikunguña), que provoca un cuadro febril y dolores articulares que pueden durar semanas o meses e incluso quedarse para toda la vida. La proliferación de mosquitos en la ciudad es una consecuencia directa de la contaminación de nuestros ríos, arterias vitales que antes eran fuente de salud y hoy son un sumidero de enfermedad y muerte.
No hay en esto que digo ninguna intención apocalíptica, sino que mi conciencia de médico me lleva a exponer una realidad que me preocupa y me ocupa. La ciudad de Oaxaca está enferma y nos está enfermando. ¿Qué tenemos que hacer? Tenemos que cuidarnos y tomar todas las precauciones, desde luego, tanto individualmente como en el grupo familiar y en la comunidad, pero también es importante exigir que la cadena de atención de la salud cumpla con la función esencial que le encomienda la sociedad, desde el promotor de salud y los médicos y enfermeras de los centros de salud hasta los directivos de nuestros hospitales y nuestras máximas autoridades en la materia, incluyendo las autoridades federales de regulación, como la Cofepris, que determina las normas de pureza del agua. Ya no se sabe cómo llamar actualmente a nuestro sistema de salud, pero al margen de ese galimatías de membretes y del desorden que denuncian las personas de a pie que no encuentran una respuesta adecuada a sus problemas de salud, la autoridad tiene la obligación de garantizar el pleno ejercicio del derecho que tiene todo ciudadano a la protección de su salud, tal como está consagrado en el artículo 4º constitucional y como se estipula en la Ley General de Salud, que de él emana.
En lo que toca al ordenamiento de la ciudad y a su gobernanza, es importante recordar lo que ya se conocía desde los tiempos hipocráticos: las condiciones del entorno son uno de los principales determinantes sociales del proceso salud-enfermedad. Y entonces aquí también hay una obligación de la autoridad para igualmente garantizar el derecho a la protección de la salud: una ciudad saludable produce en sí misma salud en sus ciudadanos, tanto como una ciudad enferma provoca la enfermedad de sus hijas y sus hijos. Por lo tanto, cuidado, que ya llegamos a este extremo. Con el deseo y el optimismo de que nuestra ciudad sea una ciudad sana, ¡que viva Oaxaca!