César Rito Salinas
De las cosas de la violencia que ocurren en la ciudad armo el relato; la nota roja de los diarios será la nueva musa.
La Virgen del Carmen decidida a todo, con el niño en brazos. Sin mares y sin iglesia que la protejan en la esquina caliente de la ciudad (puede ser San Juanito, Montoya, Periférico a la altura de la Comisión, San Martín). Acompañada por una puntual pistola Smith and Wesson, 38 súper.
Para que ande con ella, y la proteja Dios y la corte celestial entera. Para que nada le pase. Para alejar el mal y sus peligros. A lo cuídate que Dios te cuidará, como decía mi madre (lo que más llama la atención es que exista una virgen patrona de los mares, como su señor San Juan que celebran con fiesta grande que se recuerda por muchos años en los pueblos de la sierra, ¿pero una virgen? Nunca lo había visto).
Por eso anda la Virgen de los mares, patrona de todas las marinerías, tan quitada de la pena en la esquina caliente de la ciudad, entre tanto loco, poeta, delincuente.
Confiada y tranquila como debiera andar toda mujer que ante por el cielo y en la tierra, sin sobresaltos. Sin amenazas.
Con su niño entre los brazos. Y ese séquito de arcángeles bandoleros que la mira y la dejan pasar, le abren paso (los pasos de Carmen llevan prisa, los hombres pierden el tiempo aquí y en cualquier parte del mundo en discusiones sobre la conveniencia de las pelucas en los maniquíes. Salen de donde viven como si fueran a realizar su trabajo, y no hacen nada, sólo se dedican a juntarse entre la sombra y el frío, el callejón. Desde ahí pierden el tiempo mirando solamente la pared de enfrente).
Que se quiten. Los arcángeles pistoleros, enviciados de maldad, malditos ya ante la luz del rostro de la Virgen del Carmen, como perros que reconocen el peligro.
Y la Virgen que camina y pasa, muy reina de todos los mares ella. Bella, así, con su pistola en bien pegada al vientre.
