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viernes, octubre 11, 2024

Instalación en el sofá

Reportajes

César Rito Salinas
Ahora diré esto, para acometer la empresa de registrar las variantes que intervienen en la lectura de una obra literaria establezco un horario partido, dormí de nueve a doce de la noche. Solucionados de 12 a 2 de la madrugada los asuntos de la casa, los trasiegos del vivir. Posterior a esa hora leía hasta el amanecer.
¿Será moderno dedicar la noche a la lectura y a dar muerte al zancudo? Instalación, los foquitos parpadean. Una mujer sentada en el sofá, bajo la luz directa de la lámpara de mesa, con los pies sobre el suelo, a cuarenta centímetros de altura, con el libro en alto mientras vuelan y pasan los zancudos frente a su rostro. De los oídos de la lectora brota un diminuto audífono oscuro, como un camino de agua.
Interrumpo la lectura-caza de zancudo-Vila-Matas (Satán, vive) por la irrupción de una imagen, la casa atacada por las termitas. La imagen de las termitas que carcomen los cimientos me recordó otra, una de mi infancia, la de una casa en la playa destruida por la arena. La invasión de toneladas de arena. El recuerdo de ese mar con arena trajo de vuelta al obstinado zancudo, no se marcha, no renuncia en su esfuerzo por agredir mi cuerpo, atacar. Nunca se marcha, no abandona.
En el último párrafo de la página 54 (Marienbad eléctrico, Unam-Almadía, 2015, México), antepenúltima línea, marqué un subrayado. No diré aquí el subrayado, la oración sentenciosa. Diré que pude hacerlo en medio de la guerra contra el zancudo.
El dinero se hace sobre labios mudos.
No digas nada, nunca nombres tu deseo
para que se cumpla dijo mi madre.
La comezón de tu mano izquierda
requiere silencio.
(La mujer no escribe ni lee. No es frágil ni fuerte. La mujer no tiene lugar en el espacio, sólo titila como una serie de foquitos centelleantes.)

Para contar con algo en qué apoyar esta escritura, marco las páginas impares del libro de Vila-Matas (Satán vive), conforme avanzo la lectura, el mazo de hojas por leer, el grosor de las páginas impares disminuye. Inicié esta escritura con la conciencia clara de que el final de la historia no depende de la escritura, ni de mi persona o las condiciones climáticas prevalecientes. Depende de la paz que exista o pueda dejar de existir.

El zancudo es mucho más veloz que la mirada. Casi una exhalación, lo veo de reojo y desaparece. Ojos de lagarto. Antes que yo ubique su vuelo y descargue el golpe con el libro, desaparece. El agresor aéreo no espera. Resulta un afinado terrorista inubicable. Se alimenta de mi miedo, del miedo que tengo a su aguijón, a las posibles enfermedades que atraiga a mi cuerpo, a que altere mi persona; del tiempo que me roba con su revoloteo surge la pausa de la lectura, el tiempo muerto.

El zancudo despierta la ira con su vuelo junto a mis mejillas. Y aparece esta escritura, que ocupa el espacio de la violencia mientras lo mato. Vigilo. Virgilio. Con esto quiero decir que trabajo la paz de mi lectura. Para que nada la interrumpa me armo con el libro, la escritura surge aquí como el sitio previo al hecho de la paz, una antesala. Un cajón vacío. Escribo mientras el acoso del zancudo lo permite. Toda escritura resulta una interrupción de la lectura.
A la altura de la página 67 del libro de Vila-Matas (Marienbad eléctrico, Almadía), por fin doy muerte al zancudo. Quedó aplastado en la yema de mi dedo índice de la mano derecha. Tuve que sostener el libro con la mano izquierda para descargar el golpe. Lancé el manotazo a mi cuello, al momento sentí la humedad de su pequeño cuerpo en la punta del dedo. Con alegría y temor levanté la mano, olfatee frente a mi rostro la mancha oscura, como animal de la cadena trófica pude reconocer el olor mi sangre.

Con la desaparición del otro que ocupaba el tiempo de la paz, la muerte del zancudo, desapareció el interés que despertaba el libro de Vila-Matas.

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