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sábado, octubre 5, 2024

Carta estoica y franca para Tía Chica La Carleña

Reportajes

 Aun, después de tantos años, me sigue sobresaltando un mismo sueño, Tía Chica La Carleña; en el apareces esgrimiendo un cuchillo en franco desafío por una marchanta que se atrevió a dudar de tu ya muy conocido arrojo. Yo no tengo marido con quien quejarme, le dijiste, pero si algo no te baja bien por el gaznate, tú dime y nos arreglamos bonito. Dudar es de humanos, Tía Chica, y tú me enseñaste a dudar, de todo, de la verdad, de la mentira, e incluso de Dios. Por ti Dios pudo entrar más tarde libremente en mi conciencia y no por la penitencia forzosa de catecismos y doctrinas. Muchos años después, volví a nuestro puesto de tacos y empanadas, me viste con dulzura, con una dulzura que yo nunca había descubierto en tu recia mirada. Hijo, me odias, ¿verdad?, exclamaste no sin un dejo de angustia; por mi mente pasaron aquellos días en que tu no le dabas tregua a mis flaquezas obligándome a comer tu caldo picosísimo, instándome a apagar totalmente la luz de mi área de dormir e impidiendo que colocara el vaso de agua acostumbrado para que mi espíritu no se saliera a buscarla; enséñate a ser hombre, me retabas, y si no te gusta, hijo, regresa a tu casa a que te apapache tu mamá. Todo eso pasó frente a mí como un relámpago y antes de que volvieras a formular la pregunta, por toda respuesta alce a mi pequeña hija en brazos y te la ofrecí como garantía de mi amor. Ahí me descubrí el hombre que tú quisiste que fuera, recordada Tía Chica La Carleña. Hoy con esta carta que alguien seguramente te leerá, quiero ofrecerme para salir a vender otra vez tus empanadas, Tía Chica, mejor conocida como La Carleña, la mujer a la que no le hizo falta un hombre para enseñarle a otro a serlo de manera cabal. 

Fer Amaya

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