César Rito Salinas
Para conocer del cambio de piel del espacio en el que vivimos, aquella geografía que llamamos nuestra ciudad, acudimos con un fotógrafo, la persona que carga desde hace años la cámara fotográfica entre su pecho y su mirada.
Mi nombre es Filemón Maldonado García, nací el 22 de noviembre de 1962, aquí en la ciudad de Oaxaca. Me gradué como profesor de primaria, aunque solo ejercí pocos años. En los 80s publiqué la novela El reencuentro y la plaqueta de poemas El vacío que es sin ti, en los 90s participé en una exposición colectiva con otros dos fotógrafos, la cual se llamó El beso de tu boca.
– ¿Desde cuándo toma fotos?
– desde 1985.
– ¿Qué es para usted el instante guardado en una fotografía?
– El contenido de una fotografía sería para mi una muestra del pasado, decisivo o no en que la cámara ha guardado la imagen.
– ¿Qué relación existe entre el registro fotográfico y la piel viva de la ciudad?
– Bueno, todo fotógrafo, no importando su nivel o su origen, al ejercer el acto fotográfico va captando las huellas de lo que sería la piel viva de la ciudad. Por ejemplo, si retrata un mercado, un parque, un animal, la lluvia, un ciudadano, una extranjera, un árbol, un turista, un coche, unos niños, una calle, un muro, una estatua, una casa, etcétera, umple con registrar de buena o mala manera la vitalidad que no nomás se ve sino que se respira en todo momento y en cualquier lugar de esta bella ciudad.
– ¿Desde cuándo inició la preparación de su archivo fotográfico?
– en 1985, en esos días estaba yo en San Luis Potosí, me compré una cámara kodak amateur y con esa inicié mi labor de fotógrafo. El archivo fue creciendo y calculo que ya ha de estar compuesto por 120 o 150 mil imágenes, la mitad en negativos y la otra mitad en formato digital. Mi archivo fotográfico es selvático, no tiene orden alguno por temas o por tiempos, aunque el formato digital ya implica el registro temporal de las fotografías.
– De su universo de imágenes, ¿qué fotografías son las que recuerda?
– Una tarde caminando sobre el Andador, me encontré a un señor que siempre se había portado muy renuente, huraño, a que se le tomaran fotos. Desde que lo conocí me interesó su aspecto, el aura conque él se cubría. Este hombre iba a las montañas del campo y su oficio era traer el estropajo de ixtle, tal vez lo recuerden, venía enrollado de manera circular. En otras ocasiones yo lo había encontrado enrollando el ixtle, haciendo los círculos de estropajo. En la ciudad nos fue alcanzando la modernidad, nadie quería comprar estropajos, los cambiaron por estropajos sintéticos.
De modo que ese día cuando le hice la foto se tapó la cara con un estropajo circular, y yo le tomé la foto, donde salía mi sombra. La foto es del señor con el rostro cubierto por un rollo de estropajo vegetal y yo como fotógrafo expresado a través de mi sombra. Ahora mismo la vida se me complica, salgo a fotografiar muy pocas veces; no he vuelto a ver al hombre de los estropajos, era muy orgulloso de su trabajo, un día le uise regalar una moneda y la rechazó, me dijo que él no era limosnero.
Me quedo pensando, algo impresionado. Reviso las respuestas, escribo la entrevista. Las palabras narran la historia del hombre que se incluyó en sus recuerdos, que se metió a una fotografía. En pocas veces los seres humanos recordamos cosas nuestras, siempre nos mantenemos fuera de los recuerdos (recordamos a los padres, la calle, una casa. La ropa, un olor, el color de la piel de una mujer, la sonrisa de un hombre), pero no nos incluimos en nuestros recuerdos. Este fotógrafo sí logra hacerlo. Dejo sin terminar la entrevista, las letras marcan un continuará; quizá en el fondo la expresión del arte sea guardar silencio, dejar que el pensamiento se traslade, liberado.