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jueves, mayo 22, 2025

A donde ir después de terminar de leer Quo Vadis

Reportajes

¿A dónde ir después de terminar de leer “Quo Vadis”? La novela modelo con la que el escritor polaco Henrik Sienkiewicz cerró una época intensa en la literatura universal y abrió otra, inédita, sorprendente y misteriosa, no ofrece opciones de ida ni de vuelta.

Vaya, más que referirme a los lectores profesionales, me dirijo a quienes como su servidor leemos sólo por leer. Y quiero compartirles un poco la experiencia que viví con la novela en mención. Les cuento, para empezar, que la lectura de Quo Vadis me dejó en un pasmo del cual aún no me puedo recuperar. Que fue escrita en una lengua tan distinta a la nuestra y prohijada en una cultura, sino diferente, por lo menos sí muy distante, no obstante que el tema, a partir de la imposición de su modelo por la conquista española, se volvió para nosotros costumbre, creencia o profesión de fe. Quiero decir aquí que no sobra ni falta ser creyente o ateo, o miembro de las ya innumerables doctrinas o profesiones de fe que toman a Cristo Jesús de Nazaret como aval o pretexto.

Lo que atrae de la trama de la novela es su discurso entrañablemente humano, encarnado en personajes fielmente delineados por el autor quienes, sin rubor, representan las facetas del alma del hombre en uno u otro sentido, por ejemplo, a nivel secundario: Nerón y los apóstoles San Pedro y Pablo de Tarso. A nivel primario indiscutiblemente, ya para la literatura universal, Petronio representa el modelo de un árbitro de la elegancia en la doxa de todo lo escrito y lo aún por escribir. La dupla de Vinicio y Ligia, evocan a esos amores en riesgo, esta vez no sometidos o manipulados por el entorno familiar, sino por la sucesión histórica entre el dominio del Imperio Romano y su reemplazo final y absoluto: la Era Cristiana.

Pasajes, escenas y ambientes se conjugan para poner frente a nuestros ojos los sucesos de una época memorable y también invaluable en la historia de una humanidad que hace despilfarro de la impudicia y la perversidad, pero que también construye un elogio a la piedad y al heroísmo. Uno llega a inquietarse pensando en qué tal humanidad no cambia y mantiene ese duelo entre el bien y el mal en razón de su naturaleza y su sino, que perfilan el auge, pero también la decadencia.

El discurso de la obra de Sienkiewicz se sostiene con esa densidad y nos mueve a interrumpir la lectura con el deseo de volver a ella para enterarnos como se va resolviendo la trama, no todas las veces a favor de los personajes que se ganan nuestro corazón o de quienes lo pierden. Con esa marea singular, el autor nos lleva a los últimos capítulos, en donde nos hace ser parte de ese circo romano que cambia de expectativa al entender el compromiso de aquellos cristianos inmolados por el sólo hecho de creer en el amor al prójimo. Nerón el incendiario se ve obligado a izar el dedo pulgar para no ser apabullado por su pueblo, depuesto y defenestrado.

La memorable escena donde Urso descogolla al toro destinado a empitonar a Ligia se graba en nosotros como en el grueso papel de una litografía, para convencernos que hay que seguir tomando al toro por los cuernos cuando la maldad amenace destruir a quienes llevamos en el corazón, ya para la eternidad. Y bien, ¿a dónde ir cuando terminamos la lectura de Quo Vadis? Sin temor a equivocarme, digo que, al librero de nuestra frugal biblioteca, a colocar ese ejemplar de más de cuatrocientas páginas, entre La Ilíada y El Quijote.

Fernando Amaya

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