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viernes, octubre 11, 2024

Crónicas de la ínsula | Día de Muertos, más importante que la Navidad

Reportajes

Cuauhtémoc Blas

Un recuerdo que dejó

Nezahualcóyotl

¿Con qué he de irme?

¿Nada dejaré en pos de mi sobre la tierra?

¿Cómo ha de actuar mi corazón?

¿Acaso en vano venimos a vivir,

a brotar sobre la tierra?

Dejemos al menos flores

Dejemos al menos cantos.

En los pueblos de los Valles Centrales, el regreso de sus difuntos en estos Días de Muertos se da durante el 31 de octubre, el 1 y el 2 de noviembre. El 31 llegan los angelitos, los niños, quienes vienen a degustar las viandas y dulces que en vida preferían. Ofrendas que sus deudos ponen sobre el altar. 

Los niños se van el día 1 a las 12 del día, y a esa hora empiezan a llegar los difuntos adultos, para quienes de igual manera se les prepara sus comidas y bebidas predilectas: moles, pan, chocolate, mezcal, cerveza, dulces, frutas, según la leyenda. 

En la región del Istmo colocan arcos con flores y frutas en las paredes para anunciar que en esa casa hay Shandú yaa, Día de Muertos reciente, es decir, que apenas ha pasado uno o dos años de la partida del familiar. Por lo tanto, sus familiares, amigos y vecinos visitan el altar y son atendidos con tamales, atole, café y últimamente hasta cervezas. Hay canciones, convivencia y algunos comentan las vivencias con el difunto.

Hay flores, muchas flores de cempasúchil sobre el altar; hay arcos de caña en las paredes y en el piso, así como la celosia cresta de gallo roja. Hay una vela o veladora por cada difunto, sahumerio, incienso. 

Olor, color, sabor y una especial alegría se posesionan de las casas. Son días de fiesta en los pueblos, cuando se reúne la gente a festejar a sus seres queridos que se han ido definitivamente de esta tierra.

Por la fuerza de la dinámica de esta tradición es que el Director del Museo Estatal de Arte Popular de Oaxaca, Carlomagno Pedro Martínez sostuvo que, en la región de los Valles Centrales, la celebración del Día de Muertos es más importante que la Navidad, por esa fuerte convivencia de la gente, con su comida, con su música, con sus cohetes que echan al aire por la alegría de recibir a sus difuntos. 

Contó el maestro Carlomagno la historia del murciélago y la flor de cempasúchil, que entonces no tenía aroma. El primero la llevó al fondo de la tierra con la Diosa Matlacihualt. Le dijo: ¿Señora, podrías darle aroma a esta flor tan hermosa que parece un sol, pero sin aroma? Claro que sí, llévala a un rio que pasa enfrente, el río de la vida y de la muerte, remójala ahí, y la sacas. 

Así lo hizo el murciélago, y la flor quedo impregnada del olor del río. Entonces, la señora del Mictlán le dijo: desde hoy te llamarás cempasúchil, que en lengua mexicana quiere decir flor del lugar de los muertos. Desde este día darás aroma a las ofrendas, a los altares de la gente que le rinde culto a sus muertos.  

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