César Rito Salinas
Las palabras son inciertas
y dicen cosas inciertas.
Octavio Paz, Carta de creencia
Suena Most Much! De Jimmy Forrest. Sostengo que la música se acuesta con las letras, baila con ella cuando el mundo se extravía.
Ya no tomaremos más el camino a Santa María, no habrá viento fuerte que derribe camiones y baile con nuestras sombras, no habrán días de aguacero mientras nosotros nos encontramos en el Depósito de Chalo para beber cerveza y mirar el aguacero que se sienta sobre el barrio (la lluvia resulta siempre un espectáculo), no llegará más el camión de la guardia para interrumpir la conversación, la charla con los embases de cerveza, no estará más el 18 con su patio amplio para que llegues y descanses en tu hamaca.
_ ¡Es correcto! –dijo Puma. En el patio de la casa de Facunda vi un ciruelo que se negaba a morir, vi a mujeres de rostro adusto que entonaban rezos por el muerto fresco, muerto tierno; vi a mi padre y a mi madre, serios, en su féretro, vi a mis hermanos Miguel Ángel y María Guadalupe con ropa nueva en la noche del velorio; en el mismo patio de la casa de Santa María vi mi rostro de huérfano, en el día de tu velorio. _ ¿Sabías que fuiste el primer poeta que distinguieron mis ojos?
_ No lo sabía –dijo Puma. De la tierra del patio donde jugamos partidos de beisbol sale el polvo que llama a las moscas de alas verdes, a las abejas que revolotean sobre tu cabeza, los panes y las tortillas que se reparten en la noche del velorio. _ Pon música –dijo Puma.
La bicicleta, la rueda, los rayos de la bicicleta, el manubrio, tu cabello largo que se agita el día de la fiesta de Quince Años de Lupita, la música de los Rollings, los Beatles, el mambo, el jazz, los sones de la música cubana, la rebeldía que sale del patio en la casa del 18, barrio Santa María, en Tehuantepec.
_ Música –dijo Puma. La enciclopedia, la butaca, el libro, la música que trajiste un día a casa, la lectura, eras un hombre silencioso que leía; las mujeres hermosas, el baile, la fiesta del 14 de agosto en Santa María, el amor a la tierra, la camisa limpia y el pantalón bien planchado listo para el baile: días de cerveza; la amistad, la conversación. _ Hay que salir por unas cervezas –dijo Puma.
José Rito Katt decía a su mujer, Facunda Salinas Gallegos: “aparta a ese chamaco de tu falda”. Y el pequeño José Luis Rito no se apartó de las faldas de su madre por más regaños que hiciera el Capitán Rito Katt. En la azotea de la casa aúlla el viento fuerte, juega matatena con la antena de la televisión. La antena gana, y se agacha a recoger la pelota que brinca. Termina patas arriba, al romperse los alambres que la sostenían en vertical, mientras el aire loco de Tehuantepec ríe con sonora carcajada.
El sosiego de tu sonrisa, la amenidad de tu charla, la quietud que dejaba la esquina del mercadito del Barrio Santa María donde se juntan los amigos desde la mañana; hay una esquina donde te juntabas a beber cerveza con los amigos, ¿quién lo dijera? Esa imagen del barrio que parecía eterna se va difuminando en esta mañana en que escribo sobre tu velorio, José Luis Rito.
Ya pasará la hiena sangrienta por su dosis de sangre, ya vendrá la muerte y tendrá tus ojos, ya el polvo hará las horas del domingo mientras revientan en el cielo los cohetes, la música de fiesta; suenan los cohetes, llaman a la fiesta pero tú y yo ya no podremos asistir a la fiesta del barrio Santa María.
_ ¡Música, música, música cuando yo muera! –dijo Puma Llegué del cerro, no te había contado esta parte de la historia, estaba por hablar contigo para contarte cuando sonó el teléfono, alguien me dijo, no sé quien, te doy el pésame por la muerte de tu hermano y yo dije, alcancé a pensar, esta broma sí que es buena; te doy el pésame por la muerte del Puma dijo la voz anónima y yo dije no, el Puma nos va a enterrar a todos, el Puma goza de cabal salud, hace pocos meses pude presenciar cómo se repuso de una fractura en cuarta y quinta vértebra cervicales, no, el Puma tiene una salud de hierro. _ Aunque sea una llamita enciende en tu corazón, para que ilumine mi camino –dijo Puma.
En la noche de tu velorio pronuncié estas palabras frente a tu féretro: “Por favor abraza a padre y madre, a mis hermanos”.
De nueva cuenta en Tehuantepec, la noche, la brisa, ese viento que refresca mi rostro y me lleva a los días de la infancia; de nueva cuenta Tehuantepec, el insulto, el vicio, la degradación, la muerte: el sabor de la sal sobre mis labios que te nombran y no encuentran respuesta, Puma.
A las nueve de la mañana saliste de casa ceñido en tu ropa de muerto, ya no volverás, ¿o volverás?, rumbo a la iglesia de Asunción de María voy contigo, te acompaño a la iglesia y en el camino recuerdo que nadie puso un moño negro de luto sobre el portón de la casa, entonces despierto.
En el atrio de la iglesia de Santa María encontré a Laido, el Negro Laido, estaba sentado en una banca, solo:
_ Llegué a despedirme de mi amigo –dijo a manera de pésame. El mismo atrio de la iglesia de Santa María que fue territorio de la gran fiesta del 14 de agosto, Lado Sur, lado Norte, el mismo suelo donde se dieron los pasos de baile amenizado por El Gran Combo del Negro Laido, donde se instalaron las taberneras con suficientes cartones de cerveza; por un momento pude escuchar la música que hizo bailar a padre y madre, a mis hermanos; el ritmo con el que yo aprendí los pasos de la alegría, la tradición. _ A presentar mis respetos a mi amigo –dijo Laido.
Pero ya no pudiste escuchar el comentario de aquel músico que vivió años de fama y gloria; unos hombres te condujeron en hombros rumbo al cementerio.
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Sucedió así que la música se acuesta con las letras. Hay días que amanezco y no conozco la o por lo redondo, extraviado. Entonces pongo las viejas canciones, busco aquello que recuerdo del comienzo, esta tristeza, el aire quieto puesto sobre estas ganas de escribir y de sentirme al mismo tiempo perdido.